LECTURAS Y TALLERES

GRADO DÉCIMO: LECTURA No1

El femenino políticamente correcto
Tengo ante mis ojos un folleto oficial, en color rosa, titulado Recomendaciones para el uso no sexista de la lengua. Las intenciones son buenas: evitar los estereotipos aplicados a las mujeres para luchar contra la discriminación y la desigualdad. Nada más plausible. Y sin embargo, el citado documento tiene mucho o, bastante de insensato despropósito. Para empezar, intenta ir contra las reglas gramaticales, no simplemente contra unos usos determinados. Así se dice, como si nada se dijera, que "las propias normas gramaticales, que utilizan el masculino como genérico referencial para los dos sexos, han logrado borrar la presencia de lo femenino". En vista de lo cual, se propone la supresión del "genérico masculino". No se deberá decir "los españoles" sino "el pueblo español", porque lo primero es machista. Tampoco deberá decirse los niños" o los chicos", sino los niños y niñas" o "los chicos y chicas", cuando no "la infancia" o "la adolescencia".
Ocurre, empero, que el "genérico masculino" no es suprimible: forma parte del código básico del idioma, de la lengua, como hubiera dicho Saussure, no del habla, del uso más o menos individual de cada hablante. En español, el masculino es, desde el punto de vista del género, el término no marcado: niña sólo significa niña, porque el femenino es el término marcado, y por eso niños puede servir para ambos géneros. Al obrar así, el idioma ni es machista ni discrimina; responde simplemente al principio de economía que está en la base misma de su funcionamiento. Por eso los llamados heterónimos (hombre mujer, macho-hembra, caballo yegua, etcétera) son tan escasos.
Lo pintoresco asoma su rostro cuando se rechaza el inocente italianismo, que sólo es eso, italianismo, de usos como "la Thatcher" (similar a la Callas, la Tebaldi, etcétera) y se propone a los italianizantes que digan también "el Reagan" para evitar "la designación asimétrica", aunque el artículo ante masculino es en español manifiestamente despectivo, como lo es ante nombre femenino (la Juana). En línea similar se nos brinda "la concejala", "la jefa", "la jueza", los tres ejemplos, es verdad, con la venia de la Academia, que sanciona la problemática trasposición del uso familiar (la mujer del concejal, jefe o juez) al uso administrativo.
Las antiguas gramáticas decían con razón que el artículo es un accidente del nombre. Tal es la causa de que en español, que sólo cuenta con un número limitado de nombres diferenciados genéricamente de modo formal, sea posible decir el / la pianista, el / la guía, el / la testigo, sin lugar a equívocos. Ese papel del artículo determina la existencia de muchos nombres masculinos de varón en -a: el profeta, el guardia, el déspota. Sin necesidad de aducir más ejemplos que están en todas las gramáticas, la cosa es clara: el género es un mero instrumento de la concordancia gramatical. Con "la juez" se evita a la vez el machismo y la cacofonía.
Es ridículo que el folleto (le marras nos disuada de decir "el senador Teresa" o "el diputado Elena" proponiéndonos la senadora" o la diputada" como alternativa, porque esta alternativa no existe. Cuando es posible, el idioma por sí solo busca la diferenciación genérica formal: la abogada, el abogado; cuando no, acude al artículo: la modelo, el modelo.
Es difícil demostrar que la lengua es una superestructura; hasta Stalin, que no era mal lingüista, debió reconocerlo así. Pero esta visión, deformada e ignorante, de las cosas es la que inspira nuestro folleto rosa y otros planteamientos similares. De hecho, la destrucción del plural masculino ha saltado ya al discurso político, donde se nos machaca una y otra vez hablándonos de las "ciudadanas y ciudadanos" de este país, con lo cual la famosa convocatoria de La Marsellesa ("Alas armas, ciudadanos") se convierte en una apelación machista. ltemmás: diputadas y diputados, españolas y españoles, compañeras y compañeros, etcétera. Dentro de poco a nadie se le preguntará cuántos hijos tiene, sino cuántos hijos e hijas, y eso, tal como está la tasa de natalidad, no deja de ser pintoresco.
Por lo mismo, hay que proscribir -así el folleto rosa- el uso genérico de hombre (el género humano), heredero del anthropos griego, y corregir al clásico en aquello de que "el hombre es la medida de todas las cosas" por "la humanidad es la medida..." aunque sea mucha medida ésa. Dichos horribles serán igualmente hablar de "el cuerpo del hombre" o de "el hombre de la calle". En su lugar, el folleto rosa recomienda hablar de "el cuerpo humano" o de "la gente de la calle". Y que no se le ocurra a nadie elogiar al "hombre del Renacimiento", porque eso sería, por lo leído, hacerle un favor a Leonardo, Miguel Ángel y gente así, una demostración de machismo inaceptable.
Hay que enmendar la historia, si es preciso, y aducir a cientos de mujeres de los campos más diversos -recomienda el folleto rosado- para demostrar que la historia ha sido de otra manera, cuando la mejor lección sería decir cómo ha sido verdaderamente y cómo queremos que sea. Se trata de lo políticamente correcto. Hugues creía que los españoles no iban a convertir a los enanos de Velázquez en las gentes pequeñas". Se equivocaba. Aquí están. Ya han llegado. Las cuestiones de fondo siguen intactas, como la verdadera coeducación, que la escuela pública española no practica. Niñas, y niños -ahora sí- están mezclados, no se coeducan en el sentido profundo del término. El machismo en el comportamiento de nuestros adolescentes en los centros de enseñanza, ha aumentado y. Se ha traducido en conductas agresivas contra la disciplina y el orden sensato, no cuartelero. Y salta a la vista en ciertos sectores la asunción de papeles masculinos por las muchachas que se integran en las llamadas tribus urbanas. Pero lo que importa.  De verdad, al parecer, es violentar la gramática de la lengua e ir contra el sentido común, eso sí, en rosa, que es un color discriminatorio. ¿Por qué no en rosa y azul?
Enlaces...
1. Escoge un párrafo de l léctura y observa cómo se relacionan las oraciones entre sí.
2. ¿De qué forma logra el autor encadenar las ideas para que el párrafo sea claro y no se vea desordenado?

LECTURA No 2


De pibe, uno es arquero por vocación o por descarte: “Atajo yo” o “Vos, gordo, andá al arco”. Pero predomina el descarte o el negociado ir y venir de incesantes arqueros siempre renovados: “Viejo, un gol cada uno… Ahora te toca a vos”. Es decir que la vocación pateadora es primeriza, natural, instintiva. La atajadora, no. La primera tiene que ver con la ardorosa actividad infantil, la participación directa sólo limitada por el grado de iniciativa para correr como un desaforado detrás de la pelota. La arqueridad, en cambio, se vincula a un cierto grado de madurez. El que ataja es porque ha vivido. Aunque sea un poquito.
[…]
Nomenclaturas
La cosa empieza ya en el nombre que describe su oficio, ambiguo si los hay: arquero. ¿Arquero de qué arco? Cualquier abombado sabe que en el fútbol no hay arcos sino, cuanto mucho, marcos… Los misterios de la semántica futbolera convirtieron un rectángulo en arco, transmutaron el receptor de los envíos en sinónimo de prodigador de dardos… El arquero nace ya con esa contradicción.
Hay otros nombres, claro. Como el Dios de Abraham, yo sospecho que tras tantas denominaciones no se pretende hallar la precisa sino ocultar el verdadero, el innombrable: cuidapalos –que no guardabosques–, guardavalla, el imbécil e incontrastablemente galaico de portero, el cajetillaguardameta, el vetusto goalkeeper, el insólito golero –¿por qué, dioses del Alumni, por qué?–, más todos los circunloquios de “el número uno” que se le ocurran al relator de turno, pasando por todos los epítetos de la tribuna. Tanta variedad sólo esconde la pobreza: nadie puede abarcar la singularidad total del que empilcha distinto, la maneja con la mano y, en el fondo, ni siquiera juega al fútbol: juega de arquero.
El día del arquero. Buenos Aires, De La Flor, 1986.

¿Qué significado tiene la palabra “arquero” relacionada con el fútbol en la Argentina?
¿Qué otros nombres, según Sasturain, se utilizan para designar al arquero? ¿Cuáles de esos nombres son conocidos en la Argentina?
¿Todos los hablantes del español que vivimos en distintas regiones y en distintos países hablamos de la misma manera? ¿Qué cosas cambian de una región a otra?

GRADO NOVENO:ACTIVIDAD No.1
                                    El almohadón de plumas
                                                      Horacio Quiroga
Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial.
Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
-No sé -le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja-. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
-¡Jordán! ¡Jordán! -clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
-¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
-Pst... -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio... poco hay que hacer...
-¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
-¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
-Parecen picaduras -murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
-Levántelo a la luz -le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
-¿Qué hay? -murmuró con la voz ronca.
-Pesa mucho  -articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca -su trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.
 
Cuentos de amor de locura y de muerte
, 1917
TALLER
1. Responde
*¿Qué significa en este texto la palabra morir?
*¿Significa lo mismo que en la oración Los soldados se morían de cansancio?
*¿Qué diferencias encuentras entre estos dos significados de la palabra morir?
2. Explica el significado de las palabras subrayadas en estas oraciones.
* Mi hermano se derrite cada vez que sus novia lo llama por teléfono.
* Le gusta tanto leer que devora tre libros por semana.
* Presume de duro, aunque en el fondo en un ángel.



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